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La próxima parada es Van Buren

La próxima parada es Van Buren

“Sé orgullosa de quien eres”, me dijo mi madre un día caluroso cuando tenía 9 años, su brazo extendiéndose en frente de nosotras. “Esta es nuestra casa. Nunca se te olvide.” 

 

La lente

Momentos antes de que se abren las puertas de la estación de Metra de la calle Van Buren cerca de Millennium Park a las 8:00 am todas las mañanas, el conductor de cabello gris siempre levanta su mano derecha enguantada para accionar los interruptores de colores brillantes en el tablero de control del tren. Para mirar el mundo borroso fuera de las ventanas de las puertas, voltea su cuerpo y dice, “que tengas un buen día” cuando las puertas finalmente se abren en la plataforma de Van Buren y una ráfaga de viento acaricia los rostros de los pasajeros.

Con un silbido ocasional aquí y allá, el tren Metra Electric de las 6:45 am hace su viaje desde la estación 93rd Street South Chicago en el lado sureste hasta el bullicioso centro de la ciudad. Mi asiento favorito está en la quinta fila del segundo vagón de tren, el asiento del lado derecho con el enchufe eléctrico. Decidí esto durante una mañana de octubre de 2018 porque descubrí que este es el lugar deseado por el sol para descansar en las primeras horas de la mañana.

La estación de la calle 93 se encuentra en un vecindario tranquilo de casas con pocos propietarios, escondido en la parte más profunda del lado sureste. Para un desconocido, lo primero que notará es Metals Scrap Inc., ubicado directamente frente a la estación y un gran pitbull que ladra desde el otro lado de la reja  de alambre a los que pasan. Las partes exteriores de la estación se están oxidando después de años de estar en pie desde su apertura en 2001, tanto por el desgaste de las tormentas de Chicago tal como la falta de mantenimiento que ha aumentando la velocidad. Si lo miras suficientemente cerca, incluso podrías ver una gran grieta que corre por una de las paredes de la estación, o uno de los muchos nidos de pájaros y avispas abandonados que descansan arriba de las vigas metálicas de la estación.

La estación de Van Buren. Foto por Isabel Perkinson, 14 East.

Mi visión de la estación de la calle 93 es diferente. Me fijo en el hombre con una sonrisa en el rostro que de vez en cuando se para cerca de la estación en su camioneta vendiendo tamales de pollo y puerco hechos a mano. Hablo en voz baja en las horas de la mañana con las dos mujeres afuera de las puertas de la estación que bendicen mi camino a la escuela. Mientras me paro en la plataforma de la estación, veo al mismo dúo de madre e hija subiendo las escaleras, una sonrisa ansiosa en el rostro de la hija mientras espera el tren.

En lugar de mirar únicamente al exterior de la estación de la calle 93, admiro a la gente y sus historias. Para hacer esto, miro la parada del tren a través de un lente. Después de convertirme en estudiante en el lado norte de la ciudad, me di cuenta de cuántos no notaban los detalles de las personas que viven aquí. Cuando prestas mucha atención a un espacio, notas la unidad en la comunidad, lo trabajadores que son, y cómo cada persona tiene su propia historia.

En mi primer viaje en Metra al primer año de la universidad, vi la transición del mundo fuera de la ventana entre mi comunidad que trabaja para ganarse la vida en comparación con las voces del bullicioso centro de la ciudad cerca de Van Buren. Había visto este recorrido en carro muchas veces en viajes hacia mí middle school y high school, pero el Metra me permitió ser testigo de la borrosa definición del mundo entre los dos.

La estación de Van Buren. Foto por Isabel Perkinson, 14 East.

El Tablero del Tren

Son las 7:55 de la mañana en un martes ventoso de mi primer año cuando me siento en mi lugar preferido — y descanso mi cabeza contra la ventana escuchando en repetición la canción de Billie Eilish “idontwannabeyouanymore.” Se puede ver el Millenium Park después de haber perdido la mirada en el Lake Shore Drive por un buen tiempo. Las hojas de los árboles han empezado a callarse, ya se acerca el invierno.

“La próxima parada es Van Buren” canta el conductor por las bocinas mientras el tren se acerca al corazón del centro, los pasajeros caminan a la puerta rápidamente. Pero en vez de levantarme del asiento, mis ojos se concentran en los movimientos del conductor. Hace su rutina normal: cuelga la bocina y espera un momento antes que sus manos maniobren el tablero del tren.

Cada vez que llevo el tren nunca he visto que el conductor se vacile ante del tablero para controlar los diferentes interruptores del aparato. Es obvio que sus dedos han manejado el sistema complicado muchas veces, y se me hace una maravilla lo rápido que hace su trabajo en un sistema que requiere tanto control y pensamiento.

Quizá mi curiosidad con el sistema del tren viene de mi deseo de entender las complejidades de mi propio sistema. Cuando crecí, me sentí atrapado entre mi identidad mexicana y mi deseo de tener un lugar con los estudiantes de las escuelas predominantes blancas en el lado norte de la ciudad. Llegó a un punto que los interruptores de mi sistema cambiaron tan rápido que se quemaron. Dejándome con preguntas de quién era yo realmente.

“Sé orgullosa de quien eres”, me dijo mi madre un día caluroso cuando tenía 9 años, su brazo extendiéndose en frente de nosotras. “Esta es nuestra casa. Nunca se te olvide.”

La estación de Van Buren. Foto por Isabel Perkinson, 14 East.

Después de una vida dura en México, mis abuelos emigraron al sureste de la ciudad en los 1950s en búsqueda de un futuro mejor para ellos y sus hijos. Con poco inglés, encontraron trabajo en Wisconsin y Republic Steel — dos de los más integrales molinos de acero en la región. Tosieron en la mesa después de inhalar químicos tóxicos y rozaron sus manos del dolor maniobrando el equipo. Eventualmente, después de los años duros de trabajar el molino,  una fibrosis pulmonar creció en mi abuela por causa de los humos tóxicos y falleció.

Mis padres, nacieron y fueron criados en el sureste de la ciudad, crecieron pobres. A pesar que no tenían mucho, apreciaron el lugar de donde vinieron. A los 17 y a los 18, mis padres trabajaron en servicio comunitario con jóvenes mexicanos en el vecindario. Mi mama siempre creo en la importancia de que los niños de la comunidad aman y aprecian su hogar tal como ellos.

El lado sureste no solo es mi hogar, sino también el hogar de mis papás y mis abuelos.

Antes de trasladarse al lado norte de la ciudad para el middle school, el sureste era todo lo que conocía. Yo no sabía del mundo fuera de mi pequeña comunidad en la que crecí. Ante el nuevo mundo del lado norte, entendí rápidamente que era necesario adaptarse a ese ambiente para salir a flote. Ese orgullo de la comunidad que me enseñó mi mamá se hizo difícil mantener.

En lo que miro al conductor maniobrando los interruptores del tablero, ya no estoy en la línea Metra Electric. En vez de ir a la escuela un martes ventoso, me he teleportado al baño de mi primaria, me estoy escondiendo durante el recreo. Estoy por terminar el segundo grado, y estoy llorando por tercera vez en la misma semana. No era fuera de lo común para mi encontrar paz en el baño cuando no lo podía encontrar en otros lugares.

Esta escuela no era mi hogar. No tenía los mismos efectos tiernos como mi escuela en el sureste. Quisiera, en ese momento, que las caras de mi niñez me encuentren, se acercan y me abrazen. Lloré porque nunca seré como las niñas en los pasillos. Lloré porque no quería ser como yo.

Era uno de los muchos momentos que me sentí disgustada con mi maltrato en esa escuela. Reconozco que las complejidades de mi propio ser nunca fueron trabajadas, y el dolor de ser incapaz de no encontrar mi lugar como niña se llevó a mi adultez. Yo quisiera regresar y consolar a esa niña quien lloraba por sus intentos fallados en encontrar amigos.

Cuando veo al espejo a quien soy, estoy cansada. Estoy cansada de una vida buscando quien soy y donde pertenezco.

Mis pensamientos son interrumpidos por el sonido de la puerta del Metra cuando se abre en la plataforma de Van Buren. He regresado del baño donde antes lloraba y estoy en la realidad del mundo. Salgo del tren y siento el viento que me pega en la cara. Cuando voy saliendo y entro a un lugar que no es mi hogar, sé que otra vez dejo una parte de mi ser atrás.

 

La estación de Van Buren. Foto por Isabel Perkinson, 14 East.

 

Adiós, Van Buren

Todavía es martes, pero la temperatura ha bajado significativamente desde que me subí al tren al principio del día. Con mis clases y trabajo terminado por el día, son las 6:45 pm y estoy lista para irme a casa. Mientras el Metra Electric se aleja de la estación de Van Buren, el brillante sol de la mañana que descansaba en mi lugar favorito del segundo automóvil ahora tiene un tono dorado suave. Los rayos dorados del sol se posan sobre la ciudad cuando comienza mi viaje de regreso a casa. El tren es ruidoso y está lleno de gente hasta que, uno por uno, solo quedan un puñado de pasajeros.

Mi cabeza se presiona contra la ventana de nuevo, “As You Are” de The Weeknd tocando tranquilamente en mis oídos. El sol ahora se ha puesto en el cielo, pero todavía puedo ver los edificios del centro desapareciendo y cambiando a las casas de mi vecindario.

“Próxima parada, 93rd Street Station,” grita el conductor por el altavoz cuando el tren se acerca a la tranquilidad del lado sureste, su mano enguantada baila rápidamente sobre el tablero de control.

Cuando finalmente se abren las puertas del tren en la plataforma, le deseo buenas noches al conductor y me doy cuenta de lo silenciosa que es mi parada en comparación con el centro. No hay gritos fuertes o gritos entre las calles, solo el suave zumbido de las voces silenciosas de otros pasajeros que se dirigen a sus destinos.

Mientras camino por la plataforma hacia el auto de mi padre que espera para recogerme, giro hacia mi izquierda. El hombre que está parado cerca de la esquina de la estación está empacando sus cosas del día. Mientras se seca el sudor de la frente y se pone de pie, hacemos contacto visual. Con una sonrisa, levanta su mano libre y saluda.

Adiós, Van Buren. Hola casa.

 

La estación de Van Buren. Foto por Isabel Perkinson, 14 East.

 

 

Foto titular por Bridget Killian

Fotos por Isabel Perkinson