El vaquero precedió al “cowboy.” Cuando los españoles reclamaron territorios norteamericanos como su propiedad al principio del siglo XIV, el vaquero era un obrero nativoamericano que optó por asimilarse a las costumbres y cultura españolas, es decir, al menos según fuentes populares en línea. Me pregunto si los nativos consintieron, y si lo hicieron, tengo que preguntarme qué métodos de intimidación utilizaron los colonos para obligarlos a trabajar. Me pregunto qué pasó con aquellos que se resistieron, negándose a traicionar sus creencias en la búsqueda de la propiedad de la tierra. Sé que esos métodos de supresión todavía son utilizados por los opresores gobernantes hoy en día.
Según History.com: “durante los primeros años del siglo XIX, muchos colonos emigraron al Occidente y adoptaron aspectos de la cultura vaquera, incluyendo su estilo de vestimenta y métodos de conducción de ganado.”
Así, trescientos años después de que los españoles crearan el papel del vaquero, los anglos lo tomaron y crearon la imagen blanca y americana del “cowboy.” Se puede decir, entonces, que la caracterización moderna del “cowboy” está arraigada en una historia de conquista y apropiación norteamericana. No obstante, es una imagen que está muy cerca de mi corazón.
Mi padrastro (mi nombre para él siempre ha sido mi “Pa”) fue criado en un rancho en México; creció como un vaquero “real.” Además de los caballos y el ganado, cualquier foto que encuentres de su juventud incluye sombreros de vaquero, chalecos, corbata de bolo, botas—los accesorios de vaqueros “reales.” Entonces, no es ninguna sorpresa que su música favorita es la música “country.”
Los corridos mexicanos, un estilo de canción popular, presentan narrativas de bandidos idénticas a las de las canciones de Marty Robbins o de Townes Van Zandt. Linda Ronstadt, una cantante estadounidense que comenzó su carrera en escenas de “country” y “folk rock,” más tarde rindió homenaje a su ascendencia mexicana grabando dos álbumes de rancheras y mariachi en español. Sin embargo, las escenas de música “country” son notoriamente e históricamente blancas. La música “country,” a pesar del estereotipo de blancura, está profundamente endeudada, entre otras, a la cultura mexicana.
Hay escritores mucho más hábiles y bien leídos que yo que pueden explicar el desarrollo y la popularidad de la música “country” en los Estados Unidos. Diré que, cuando se mira un género tan arraigado en la tradición negra y mexicana, y luego se mira a los artistas que han dominado sus listas musicales en el último siglo, no parece que aquellos que no son de raza blanca sean amablemente invitados.
¿Por qué, entonces, fue que mi niñez mexicana-estadounidense estuvo rodeada por la música de Tim McGraw, Rascal Flatts y Faith Hill (es decir, no “verdaderos” vaqueros o bandidos) tanto como la música de Paulina Rubio, Vicente Fernández y Rogelio Martínez? Si usted quisiera pedir mi teoría, diría que la música “country” fue el compromiso musical de tantos de mis familiares para aferrarse a sus maneras rancheras y a la misma vez asimilarse a un país que depende de los inmigrantes para el trabajo, aunque el vaquero precediera al “cowboy.” Esto me inquieta porque me encanta la música “country” y las hermosas canciones que se incluyen en esta música.
Cuando era niño, la música “country” siempre se tocaba en el carro. El CD que rentabamos de la biblioteca pública más a menudo eran los grandes éxitos de Shania Twain, lanzado en noviembre del 2004. Es un álbum de las canciones “country pop” más pegajosas que he conocido, cada una pulida pero divertida. Están dedicados a las disciplinas y a las indulgencias del amor, y enseñaron esas cosas a un niño que se sintió bienvenido en sus canciones. Les enseñó esas cosas también a los padres inmigrantes que no hablaban el inglés tan bien pero que pudieron encontrar consuelo en su música. Todo esto en medio de una tierra contradictoria que les decía que los Estados Unidos era su nuevo país, su nuevo “country.”
Lo más sorprendente de los grandes éxitos de Twain es lo mucho que cambian los tropos de la música “country” por tropos de canciones pop. “Forever and always (pop red edit)” es la primera canción del álbum y sus cálidos sintetizadores me recuerda menos a un canción “country” y más a “Southern nights” por Allen Toussaint (irónicamente, Glen Campbell cantó una versión de “Southern nights” en el estilo “country” y llegó al #1 de las listas de Billboard de 1977). “Forever and always” es una canción que trata de la esperanza, el consuelo y las mañanas, y si no puedes aceptar sus letras sentimentales, te digo dulcemente que este no es el álbum para tí.
Es notable que todas las canciones de este disco fueron escritas por Twain y su entonces marido, Robert John “Mutt” Lange, aparte de una que fue escrita solo por Lange. Entonces, el lenguaje sentimental de estas canciones no es trillado, sino una prueba de un vínculo real entre la música y la vida.
Quizás es gracias a esto, y a mis recién casados madre y “Pa” que siempre tocaban canciones devocionales de “country,” que llevo en el corazón las canciones de amor. Estoy más obsesionado con canciones que son demasiado dulces para ser verdad y que sin embargo continúan haciéndome llorar. De las que conozco, “You’re still the one” por Shania Twain es una de mis favoritos (“Always be my baby” por Mariah Carey y “By your side” por Sade son de mis favoritos también.)
“You’re still the one” es otra canción de consuelo, un consuelo que una relación a largo plazo necesita a veces. Pero se trata más del ahora y no de las promesas, se trata de lo que se ha soportado, bueno y malo, y el amor que se ha fortalecido. Cuando el slide de guitarra se escucha bajo y las armonías del coro entran, la canción trabaja como un faro, un abrazo. Es mi canción favorita de Shania Twain.
A la vez, Twain puede cantar canciones bien movidas. “¡I’m gonna getcha good!” tiene guitarras eléctricas y palmas rítmicas innegables. “¿Whose bed have your boots been under?” se mueve con una batería y un piano animado aunque sus letras hablen de la infidelidad. Lo pegajoso de la melodía da una confianza a la canción que sólo la música pop puede. Con sus violines eléctricos y el slide de guitarra sobre los elementos musicales de pop, “¡Man! ¡I feel like a woman!” es una canción de himno con espíritu y pavoneo. Uno no puede evitar una sonrisa.
Escuchar estas melodías me regresa al asiento de atrás en el sedán viejo de mi mamá, estacionando fuera de un supermercado bajo la lluvia o manejando en la carreta para llegar a una fiesta donde los vaqueros bailaban con la música mariachi saliendo de altavoces gigantes. Me hace pensar en cuando iba con mi “Pa” al trabajo, él caminando en zancos, instalando la tablaroca en casas vacías mientras yo comía sándwiches junto a la radio quebrada tocando música “country.” Esas canciones no sonaban como música “country,” pero ayudaron a mi “Pa” a sentirse como en casa.
El último tercio del álbum, con los grandes éxitos de Shania Twain, me cansa. Tal vez no tiene nada que ver con las canciones; tal vez sea porque las primeras canciones de un álbum que te gusta tienen la mayoría de la magia.
Podría ser que la pura positividad de estas últimas canciones se vuelva demasiado sacarina para mis oídos adultos, sabiendo que una abundancia de buenos años ha sido humillada por la preocupación financiera, la enfermedad, los casos judiciales, los malos abogados, el duelo, las detenciones y las separaciones. Contra todo esto, el poder reconfortante de una canción como “You’re still the one” no se degrada.
Twain (quien, me enteré recientemente, es canadiense) dijo en una entrevista de 2018 que, si hubiera podido votar en las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, hubiera votado por Donald Trump porque parecía honesto. Despues se disculpó por estos comentarios, diciendo que no apoya la discriminación de ningún tipo, pero tengo que preguntarme qué presiones de corrección política la convenció a pedir disculpas.
Pienso en lo diferentes que son estas presiones de las de un inmigrante que busca asimilarse, no por vergüenza pública sino por lo que se siente como la supervivencia. La música “country” ayudó en esta supervivencia, al menos para mi madre y mi “Pa.”
Una de las canciones de amor con las que estoy obsesionado es “Y sigues siendo tú” por Rogelio Martínez. Antes de que mi mamá se casara con mi “Pa,” mi madre y yo vivíamos con cinco de mis tías, todas las cuales vinieron de México a vivir a Chicago. “Y sigues siendo tú” se convirtió en una broma para nosotros porque, como niño pequeño, me gustaba cantar sus letras de amor eterno cada vez que sonaban en la radio, y quien estuviera manejando también cantaba. Es otra de esas baladas cuyo poder uno no puede evitar.
Mientras redescubría la música de Twain, leí las páginas de Wikipedia de sus canciones. Hacia el final de cada página, había listas de todas sus versiones. Me quedé estupefacto cuando leí que “Y sigues siendo tú” es una versión de “You’re still the one.”
Inmediatamente llamé a mis tías y a mi mamá, preguntándoles si sabían que dos de las canciones más nostálgicas para nosotros siempre habían sido la misma. Algunas de ellas se rieron, habiendo sabido cuando las canciones salieron. Mi mamá habló con la misma urgencia que yo. Al murmurar las letras en español e inglés, nos dimos cuenta de que eran la misma melodía, solo que con diferentes ángulos culturales. Nos quedamos impresionados.
Lo que quiero decir es que las canciones son medios para los sentimientos que les damos. Una parte de mí sigue deseando que nunca hubiera aprendido que “Y sigues siendo tú” y “You’re still the one” son la misma canción. Confirma que la única diferencia entre estas canciones (además de sus idiomas, un slide y unas trompetas) son los contextos culturales de orgullo mexicano o asimilación americana. Las versiones en sí todavía son distintas, pero mi nostalgia se siente gentrificada.
Estoy tan en conflicto con esto como con la estética occidental “country.” Y es porque el racismo colonial y el orgullo mexicano están fundamentalmente conectados por la música “country.” Es debido a las diversas apropiaciones de la cultura de los nativoamericanos y mexicanos que alguien me haya preguntado, cuando estaba vestido como un vaquero para Halloween un año, por qué me vestía como “un mexicano.” Es por esto que Twain puede apoyar a un racista pero su álbum de grandes éxitos se siente como amor para mí y mis padres inmigrantes.
Es debido a estas apropiaciones que cuando pienso en mi “Pa,” pienso en él sentado en el sofá después del trabajo en su mezclilla desgastada, una pintura de un caballo encima de él, mientras ve una película donde Clint Eastwood dispara a mexicanos y se arraiga con Clint Eastwood. Cuando era niño, me sentaba a su lado, enamorado de la película porque él lo era también, porque estaba orgulloso de ser el hijo de un “cowboy.” Hoy en día, sigo estando orgulloso de ser el hijo de un vaquero.
Foto titular por Shania Twain (@shaniatwain) en Instagram
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